Una de las bondades del calendario verbenero
en verano es que deja margen a descubrir nuevos rincones, más allá de nuestras
fronteras, en los que la fiesta también es religión. En una práctica tan sana
como recomendable, Verbena en vena decidió escaparse un fin de semana a Llanes,
ese pueblo asturiano en el que la Sidra y las buenas viandas no faltan (vamos,
que son un Must, como dicen ahora los modernos).
Pintaba planaco, sí, pero con matices. Como
buenos verbeneros, sabíamos que salir de nuestras fronteras supone –como no
podía ser de otra manera-, un cambio no solo de costumbres y bebercios, sino
también de temperatura. Es normal que cuando el coche se adentra en Reinosa
aquello parezca Invernalia (o Mordor, por qué no decirlo). Es en ese momento
cuando las ganas de verbena se lían a guantazo limpio con la bajona que puede
producir la niebla en julio, batalla que, como no podía ser de otra manera,
ganan las ganas de liarla gueparda.
Seducidos por las bondades narradas por el
cuarto verbenero en discordia, que ya estaba allí, nos adentramos en la
Asturias más oriental, donde cada vez que veíamos una sidrería por las
ventanillas se nos alegraba el alma y se nos calentaba un poquito más –si cabe-
la cabeza.
El camping de Toró (que no es de Toró, ojo,
que es Entreplayas, pero ni tan mal) nos esperaba y con él su encargado, más
atascado de lo deseable. La parcela era la 118, como nos dejó claro el hombre,
que no dudó en llevarse un rato nuestros DNIs para cotejar con la CIA y el FBI
que no éramos ningún tipo de terroristas internacionales. Una vez hecha la
necesaria comprobación y reiterando que nuestra parcela era la 118, dejamos
allí las mierdas y nos fuimos al mismo Llanes con el sano propósito de ponernos
como las jodidas grecas y ya de paso cenar.
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Los chipis de Fede, ese fucker norteño |
Tras un cuartito de hora de paseo llegamos al
“mismo Llanes”, en una paradoja espacio- temporal digna de Encuentros en la
Tercera Fase, ya que el cuarto en discordia juraba que el camping estaba en el
puñetero epicentro de la localidad. Una vez en la zona de influencia, cerca del
casco histórico (el cual nos atrajo tanto que pudimos esperar para verlo el
domingo antes de irnos), nos dispusimos a conocer al primer personaje de la
historia, al que llamaremos “Fede” por mantenerlo en el anonimato (y porque no
le preguntamos el nombre, qué cojones). El Fede, buen tirador de sidra y mejor
camarero, no dudó en echar fichas y alguna que otra miradita a una de las
verbeneras, que ante tal calentura decidió que la mejor opción era claudicar
ante la manzana en botella, con erótico resultado. El Fede, que sabía jugar con
varias barajas, dio un volantazo en su seducción pasando a camelar al verbenero
masculino, que no dudó en corresponder el cortejo poniéndose hasta el mismo
ojete de cabracho (dame un bratzo) con la anterior verbenera.
Pasaron el tiempo, las sidras y los chipis y
el pedo ya era agradable, por lo que no dudaron en seguir la rave. A lo “era un
pueblo con mar, una noche, después de un concierto” (otro jodido MUST de
cualquier verbena, apúntalo ahí). El tema es que la memoria está difusa a
partir de este momento, si bien hubo cervezas, copas y alguna impro con cariocas
y de fondo la BSO de Amelie, protagonizada por la hippie local. Ah! Y el Fede,
que después de hacer su servicio con más pulcritud que Alberto Chicote decidió
salir a ponerse hasta las trancas en la calle de la rave (así llamaremos a
partir de ahora a la zona de fiesta, también por desconocimiento del nombre
real). El caso es que la noche, en aquel momento, ya había cambiado bastante, evitando
Fede echar ni una triste ficha al comando verbenero y llenándose la zona del
Grupo Camisas, compuesto por una docena de muchachos que destilaban olor a
porro del norte.
El tema de la mandanga, que diría el Fari,
otro verbenero de pro, llegó a calar en las mentes ya embriagadas de los
verbeneros, que en su cogorza épica interpretaban que los Camisas eran el grupo
de fuerza, los machos alfa de la rave, en los que integrarse para hacerse con
sustancias que no se venden en farmacia legal.
Nada más lejos de la realidad. Los Camisas
pecaban de postureo extremo y un 80% no dominaba el cotarro en absoluto, hasta
el punto de que llegaron a preguntarles si conocían a alguien que pasase (a lo
que pensaron coño! Toma bajona! Iniesta la pasa de puta madre!) Aunque él se
refiriese, como no, a drogas. Nos hicimos pasar por gente local emplazándole a
la próxima jornada, en la que se celebraría fiesta y donde a buen seguro la
gente de la ciudad traería material de guerra (aunque pueda parecer que no, en
la España actual sigue funcionando el tópico de que la gente de ciudad trae la
innovación al medio rural, aunque ese halo salvador se puede romper en
cualquier momento a base de hostias por parte de los del medio rural, que no
gustan de que nadie venga a su pueblo a tocarles los cojones).
Antes de ir a dormir, resaltar el capítulo protagonizado
por un amigo al que llamaremos fárloper (sí, sí, fáááárloper, no farloper, que
no suena igual) que decidió amenazar a los verbeneros masculinos con una
somanta de palos tras pensar, en su ensoñación lisérgica, que se habían quedado
mirando a su chavala (que tampoco era nada del otro jueves). El incidente no
fue a más gracias a la diplomacia que caracteriza al buen verbenero.
Tras claudicar en el camping, la mañana
amanecía con el sol (llámalo sol, llámalo Light in the clouds) en to lo alto y
los comentarios de la familia de al lado, de origen vasco. Los vecinos
euskaldunes sabían lo que se hacían, sobre todo la parienta, que dejó al pobre
marido empantanao con las chiquillas (Maider e Irune para más señas). Del
episodio familiar salieron grandes frases para la historia de VeV como “A quien
Dios no le da hijos el demonio le da sobrinos” (dicho por la matriarca vasca) o
aproximaciones a la antropología más racial cuando Irune (o Maider, que no lo veíamos
desde la tienda) discrepó con su padre de la siguiente manera:
-
(Oyendo ruido de tambores): “Mira,
éstos son como los de Bilbao, aquellos que tocaban unos ‘negritos’ (eufemismo
que siempre gusta a la hora de referirse a negros mate cuando se habla con un
niño).
-
(Respondiendo categóricamente
Irune): “No, esos no eran negros, eran ‘morenos’ (veo tu eufemismo y le subo
veinte), aunque algún negro también había”.
El descojono fue monumental, pero interior, ya
que por puro postureodemañanaderesaca estaban con los ojos cerrados y
haciéndonos los dormidos.
Ya con el cuerpo en puro almíbar y después de
darse un agua, los verbeneros se fueron a la playa (a la de Toró, esta vez sí)
durante horas, hasta el punto de volver a repetir el postureodemañanaderesaca
cuando uno de los integrantes sugirió ir a comer y, como ocurre a veces en la
verbena, se produjo el típico ataque de sordera general.
¿Resultado? Quemaduras de segundo grado en
todo el cuerpo y una modorra importante, acompañado de pequeños baños de pies (el
postureo se estaba haciendo con ellos de forma inexorable).
Cuando rondaban las cuatro de la tarde, ese
punto muerto en la vida de un verbenero, decidieron acercarse al chiringuito
playero en busca del líquido elemento asturiano y apretáronse una botella, si
bien la técnica de escancie no terminaba de mejorar.
La idea era ir a comer a “Casa Manolo” en Cue,
un pueblo cercano al que se llegaba dando un paseo. Antes las dudas sobre si
estaría abierta la cocina del tal Manolo (y que cojones, las dudas sobre darse
un paseo sin comer a las cuatro de la tarde), tiraron de teléfono, momento en
el que se produjo otra conversación para la historia:
-
“Donde Manolo, ¿dígame?
-
“Hola, oye, ¿teneis la cocina
abierta?
-
“Pero como no la vamos a tener
abierta si es verano gallu (emulando a Diegu Gallu, buscar en YouTube).
-
Vale, pues espera que vamos
‘payá’.
Así que se cogieron todo y tras veinte minutos
de paseo algo surreal, con fotos a cualquier tipo de bicho o mielda del camino
por parte de una de las verbeneras.
Manolo, que esperaba sentado en el garito,
soltó la frase “Cómo vienen estos” en referencia a nuestro estado verbenero,
pero se dignó a servirnos comida a mansalva entre quesos, chorizo a la sidra y
demás viandas del pueblo asturianu. En ese momento y tras caer la primera
botella de sidra, la de las fotos decidió echar un all in y pedir “sangría de
sidra”, invento en el que no estaban muy confiantes pero que resultó funcionar.
Poco a poco fue llegando fauna a Donde Manolo,
encabezada por una despedida de solteras con bastante afición a la fotografía
en cualquier tipo de situación. Poco que destacar de este periodo de tiempo,
salvo una atacada a lo Perico Delgado por parte de uno de los verbeneros, a lo
subida de Alpe D’huez. Para el jodido recuerdo.
Pon pon y danos y danos. |
Para ese momento habían llegado a lo que
podemos denominar como “pedo sostenido”, como una jodida locomotora a la que
solo hace falta ir echando carbón cada cierto tiempo porque el ritmo lo
mantiene.
Tocó volver a Llanes, no sin antes parar de
forma estratégica en el chiringuito playero (una botella de sidra más y ya
van…), momento que fue elegido para marcarse unas fotos a lo portada de Oasis
mojando los pieses en la playa.
El retorno al camping supuso racioncita de
ducha necesaria, donde comprobarían que el nivel de quemazón era importante y
dejaba bonitos dibujos sobre tu piel morena sobre la arena. Como es bien
sabido, los verbeneros macho alfa acabaron en un plis (se mojarán menos en la
ducha, o no), por lo que vieron más que conveniente agarrarse otra botella de
sidra more, mientras esperaban la gloriosa venida de las muyeres. En esto
siguieron dándole al pimple como de costumbre y planificaron la noche, que
pasaría por un nuevo garito en el que cenar, siempre con líquido de por medio.
Descartado Fede, quedaba la opción Marisa.
Ella era una mujer de carácter fuerte y modales recios que, a juzgar por la
impresión verbenera, “no pasaba su mejor momento”. Bastante borde decidió ir
bajando piñón en lo que a sidra se refiere y servía muy de ciento al viento.
Por las cabezas de la rave pasó la idea de que alguien se la ligara, siempre
alguien femenino (se jugarían la mano a que era más de bollos que de panes).
Nadie se la ligó y quedó allí, con su bordería intrínseca y sus ganas
(insatisfechas) de olvidar penas follando.
La noche comenzó a pintar en copas y cervezas,
si bien antes de la cena hubo visita al Faro (también llamado Fari, por lo
pequeño). Pero la traca de la Big Lie Kompilation (nótese la K de Kompilation)
estaba por venir.
Emulando a Juan Tamariz, dos verbeneros que se
besan hicieron la bomba de humo menos disimulada en años, desapareciendo a la
puta carrera. ¿El objetivo? Supuestamente pillar unas cervezas (recuérdese que
estaban en una calle llena de bares donde lo que menos faltaba era eso). Asumiendo
la pérdida irreparable, los otros dos decidieron seguir dándole al arte de
beberse hasta el agua de los floreros, objetivo que lograron con éxito.
Los primeros niveles del pedo llegaron con la
vuelta de los amigos de la bombaza, que traían dos cervezas de trigo de San
Miguel, vendiéndolas como la rehostia en moto. No se nos olvide que por aquel
entonces los otros dos en discordia estaban como para catar.
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El mejor parque infantil del mundo. O no. |
Pasado el tiempo, la noche y alguna que otra
BOMBAZA de humo más, decidieron que lo mejor era irse volviendo al camping
(empezaba a clarear), habiéndose bebido el Ebro. Y aquí llegó la guinda de la
Lie Kompilation. El verbenero trolas llevó al resto a visitar “los mejores
columpios del mundo”, un paraje sin igual con instalaciones dignas del Siglo
XXI, donde pensaron que lo ideal sería cantarse algunos temazos Disney. Y así
lo hicieron.
La vuelta se completó finalmente no sin
bandazos por el mismo Llanes, pero llegando finalmente al objetivo, el saco.
El último día en Asturias empezaba, con un
calor porculero impidiendo cualquier vida dentro de la tienda, por lo que el
verbenero tuvo que salir a resudar el almíbar en el que estaba untado y, de
paso, hacer la fotosíntesis mirando al sol que se intuía entre las nubes.
Como se dijo anteriormente, mañana aprovechada
para visitar un mercado medieval (que dejó sorpresas como sidra para niños sin
alcohol (para generar mercado), o pollos enjaulaos que desataron alguna que
otra indignación).
Con el esnucamiento en todo lo alto tocó ir a
comer en un garito costero que superó claramente al de Marisa pero que también
tenía sus cosicas.
Finalmente tocó volver, con el cd verbenero on
FIRE y con alguna consulta a la guardia civil, que provocó ríos navegables en
la parte trasera del coche. Olé.
Todo acabó en Valladolid – Villa Satán de
Resaca con lo que se puso punto final a una verbena que duró dos días y pico,
sidropropulsada y con un sol de justicia, en el mismo Llanes.
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