No te quieres enterar…
… pero la vida Erasmus es la vida
mejor. Lo que pasa es que las verbeneras no tuvimos la oportunidad de vivir esa
entrañable e imprescindible experiencia, pero siempre hay que aferrarse a las
oportunidades que te brinda la existencia y una servidora se halla viviendo con
dos ejemplares únicos (bueno, no, aún hay más) de la especie en cuestión. Hoy, en Verbena en Vena: el
estudiante Erasmus.
Empezaremos aclarando que el
estudiante Erasmus hace de todo menos estudiar. Tenga la edad que tenga. Mis
ratoncillos de indias no son el Erasmus estándar, porque son bien formales,
pero tienen amigos que cumplen con los requisitos. Aún así, en ninguno de los
dos casos sucede lo de llegar a estudiar: ambos, mis compañeros, estudian
pedagogía en España, pero ambos están asistiendo a clases de deportes en
Letonia, él a fútbol y voleibol, ella a voleibol y baile, y ninguno (de ambos)
va a tener convalidación por lo que hace aquí cuando llegue a España. En el
caso de los otros, los que sí están haciendo su carrera, no se ha comprobado
aún que hayan asistido a más de dos clases (hablando de los que llevan aquí ya
un mes) y salen una media de seis días a la semana. El Erasmus es el espíritu
de la verbena.
En cualquier caso, yo tenía que
hacer una comprobación desde dentro, porque si no, no valoraríais mis palabras
como verdaderas. Así que un miércoles cualquiera me apunté a sus salidas
nocturnas.
Todo empieza en un pub irlandés
en el que sólo hay españoles y un croata. No sabemos aún cómo el foráneo se
comunica con los demás ni qué le gusta de acompañarse del Erasmus español,
porque, queridos lectores, este último, como buen ciudadano ibérico, no habla
ni papa de inglés (ni otro cualquier idioma). En dicho pub la pinta de cerveza
está a un lat para estudiantes, así que nuestros queridos compatriotas han
aprendido las palabras “student beer”
y con eso no necesitan más comunicación. Huelga decir que, para la ocasión, y
por la economía de una, que está aquí sin beca, esa noche fui yo también student y pagué como si tuviera una beca
miserable (como lo es la suya, pobres míos). Y sin remordimientos, que los
sueldos tampoco están como para permitirse más.
Cuando ha quedado de sobra
manifestada la ocupación española en el bar, se han dado considerables gritos y golpes en las
mesas, se han cantado algunas canciones con eoeoeo
o oeoeoe como base, y tras haber
registrado una buena muestra de acentos peninsulares y exaltaciones por
comunidades, nos trasladamos en grupos hasta algo llamado French Bar, que luego obviamente no se llama así pero es el nombre
que se le ha dado.
La cantidad de gente que hay
fuera hace dudar de la calidad del garito, pero es que aquí tampoco se fuma en
los bares, y parece ser que la fiesta está en la calle, porque algunos se
preguntan para qué entramos al local. Llamadme vieja, pero hace mucho frío como
para permanecer en el exterior. Así que bajamos las escaleras que llevan a un
sótano donde la muerte por incendio estaría asegurada y la cantidad de
humanidad no desmerece para nada a la de la entrada, ahora sí, no hay un solo
autóctono en la sala. Pero no es eso lo que más sorprende, si no el estilo
rockero de la música del bar, que cualquiera hubiera esperado que fuera más
popero comercial, por aquello de la imagen de Erasmus desfasado que todos
tenemos en la cabeza.
La raza a estudiar cumple con
todos los tópicos conocidos: el ambiente huele a hormonas y si observas con
cuidado (y sin él, también) todo son cruces de miradas, invitaciones con
intenciones, bailes provocativos, conversaciones demasiado cercanas, o
directamente ya han pasado a la siguiente fase, probablemente gracias a algún
empujón de los miles que recibes, porque aquello está hasta la bandera. Por
otro lado, los que no están interesados en pillar
cacho se acodan como pueden en la barra probando todos los chupitos que
ofrece el bar, sin temor a cobrar cualquier precio desorbitado por el vasito
que te asegura un rápido efecto, precio que nadie tiene reparo en apoquinar. En
la mayoría de los casos, ambos especímenes coinciden, y tenemos muchos
borrachos salidos en todo el bar, intentando hacer de este mundo, o más
concretamente del suyo, un lugar más habitable.
Llego a mi límite, porque una
está aquí trabajando y no puede permitirse ciertos desfases, aunque quisiera,
así que me retiro discretamente una hora después de avisarlo (hay costumbres que
los españoles llevamos donde quiera que vayamos), y me vuelvo a casa
reflexionando sobre la oportunidad que perdí en mis años mozos.
Y no, no me da pena, porque he sabido
verbenear hasta quemar varias ciudades, y me alegro de poder realizar este
estudio desde mi retardada adolescencia.
Y no juzgo tampoco al desenfadado
Erasmus, al que considero un hito y un grandísimo vividor de las oportunidades
que la vida, la Comunidad, el Ministerio y Europa te brindan, y al que todos
hemos envidiado, envidiamos y envidiaremos, ahora y para siempre.
No quisiera acabar sin antes proponer
un minuto de silencio por estas simpáticas becas que mueren este año, junto con
tantas otras que nos han quitado y junto con las que acabarán por quitarnos en
los meses venideros. 2012 será recordado como el año en el que las mejores
experiencias que tenían los jóvenes, y sus últimas oportunidades,
definitivamente murieron. DEP.
Ye, ye, ye!