Baila que ritmo te sobra...
No es ninguna novedad que en estas fechas crecen las
verbenas rurales como setas, así que cuando surge la oportunidad de ver a unas
auténticas estrellas del rock verbenero en un pueblo-barrio muy cercano a nuestra
ciudad, no hay que pensárselo dos veces y tirarse en plancha en busca del
pasodoble y el ambiente festivo, que siempre da mucha vidilla. Así que, así de contentas, nos fuimos a las fiestas de Carbajosa de la Sagrada. Yihaaa!!!!!!!!
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Lore, Lore - Macu, Macu. |
Todo comenzó cuando nos subimos en un autobús donde chocamos
de golpe con todo el subidón de la muchachada en peregrinación verbenísitica.
Qué cosas, oye, descubrimos que igual no íbamos tan preparadas. En la parte de
atrás de nuestro partybus, donde se sientan los malotes, ya estaban a tope con los
cánticos, las palmitas, los lololós, los obíobás y el kit botella-refresquito-hielo del que ya hemos hablado alguna vez. Antes de plantearnos demasiado en serio si estamos
mayores o muy despistadas, nos vinimos arriba también y en cuanto pusimos un
pie en Carbajosa
ya estábamos dispuestas a ir a por los líquidos y las juergas.
Primer contacto: observar las variopintas atracciones llenas
de color y luz, los banderiiinees, oooooh los banderiiiiiiinees. Está claro: o
estamos en un pueblo en fiestas o dentro de un ovni en el que hay un concierto de Pitbull. Seguimos hacia lo que huele a carne asada y hacemos una paradita
para llenarnos los buches con unas cañas y unos pinchos de feria. Esto empieza
light, parece, ¿no? Pues habrá que arreglarlo pidiéndole al señor un chupito de
Jim Beam, al que además, nos invita. ¡Ole!
Después de unas cuantas cañas más, acabar de reunir a todo
el equipo de la verbena y admirar como chinas delante de la Torre Eiffel el único coche
rosa de Salamanca y su familia interior, (aquí sufrimos el primer pánico de un
extranjero en pueblo ajeno, ese “¿y si nos pegan?”); nos dirigimos hacia una ya
empezada verbena dispuestas a no dejar los pies ni el esternón quietos ni un
segundo. Y es que una orquesta que lanza así nada más empezar un Proud Mary
(que oímos en la lejanía, todo sea dicho) solo puede mejorar una vez estemos en
el meollo.
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A tope con la orquesta. |
Así que, una vez escogimos nuestro lugar entre botellones en
rotonda, cochecitos de bebés acunados por las danzas kuduros, gente con indumentarias flúor y poco pelo en las cejas, y no demasiado cerca para no ser
aplastadas por las fans, empezamos a mover el esqueleto. Primero tímidamente,
claro. Pero llega Shakira y la
Mayonesa y hay que darse al baile fuerte, aconsejadas por la
visión de las coreografías orquesteras llenas de ritmo y pasión (y
brillibrilli). También le llega la hora al rock ‘n roll, y a esos solos de
guitarra tan esperados que no podrían tocarse igual sin una pinza fosforita en
el pelo.
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Una de las atrevidas verbeneras. |
Todo esto, aderezado esporádicamente con chupitos de vodka caramelizado - chocolate para unas, Malibú y Jameson para otras. El vodkazúcar era una cosa buenérrima que ponían en nuestro bar favorito del pis, en
el que, por supuesto, también hicimos buenas migas con los autóctonos. Ellos sí
que sabían, licores personalizados según la ocasión.
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Desenfocando a dúo. |
He de confesar que a partir de aquí hay una nebulosa de coloritos, risas y cucarachas emborrachadas con cerveza, lo que quiere decir
que: o bien realmente acabé en el ovni con Pitbull y estaba empezando a
despertar de la anestesia después de que los extraterrestres me sacaran algún órgano,
o bien era hora de recogerse por nuestro propio pie (ojo, que hubo atrevidas
que quisieron que esto fuera literal). Lo que sí que sé es que cerramos la
plaza del pueblo (¿esto se puede decir cuando acaba la verbena y te echan?),
nos despedimos de los artistas y de los lugareños con una meada en la calle y
cogimos un taxi de vuelta.
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Fase azul. |
...acércate un poquito, Salomé*
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