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miércoles, 29 de agosto de 2012

Marijaia Dator

No te quieres enterar… 

… pero están locos, estos vascos. Para empezar, son la zona con menos paro del país, y no es para menos, puesto que en el peaje ya tienen contratadas a tantas personas como dispensadores de tickets, que se dedican a coger el papelito y dártelo, aunque tú pudieras hacerlo igualmente, pero son así de majos. Después, ya entrando en Bilbao, la broma sólo te cuesta 20 euros, pero oye, si no, lo hubieras tenido que coger tú y habría gente sin trabajo. 

Al llegar no estaban todavía nuestros anfitriones, pero a las verbeneras todo nos da igual y nos tomamos la primera, con esa costumbre vasca de cubrirla con una servilleta para quitarle la muerte antes de bebértela. Y es de agradecer, como pudimos comprobar, porque aquello le salvó la vida a nuestra querida María, la de Ricky. 

Bares que van de duros y luego no
Nos ponemos monas y nos lanzamos a la notxe. ¿Cómo es la notxe en Bilbao? Es… intensa. Los bares no se transitan, todo el mundo está en la calle, que eso nos gusta siempre mucho. El plan es claro: si en esta calle hay 10 bares, tienes que beber y comer en todos. Y sin demoras. Así que los tíos duros (del sur, porque nuestra anfitriona es autóctona pero lo disimula muy bien, y nuestro anfitrión, andaluz disimulado también, es el que toma el papel vasco) se toman cañas, que allí son algo muy generoso, y las niñas monas nos damos a los zuritos, una cervecita para nenas, más pequeñita y discreta. Lo que no hay modo de llevar es lo de los pintxos. Porque sí, es obligatorio, y no, no son de un tamaño aceptable. Con uno ya has saciado el hambre, y con el segundo estás llena. Así que hacemos lo que podemos, y luego rebajamos el ritmo, pero que nadie se decepcione, que dejamos el listón alto. 

La notxe nos lleva luego a probar el txacolí, una especie de vino espumoso que se sube con mucha gracia, y acabar en un bar llamado el Zulo (nombre de bar txungo en el que ponían temazos verbeneros que no le pegaban nada) a mojitos. Y como a las verbeneras les gusta cerrar bares, así hicimos. Porque hay que decir que el viernes antes a la Semana Grande, por muy vascos que sean, la gente descansa, y coge fuerzas para la que se les viene. 

El sábado ya se notaba el ambiente en la ciudad. Nosotras, verbeneras pero cultas, paseamos las calles, comimos en un bonito parque, y hicimos la visita obligada al Guggenheim, en el que había una exposición laberíntica que nos tuvo mareadas toda la tarde y otra de un señor que hacía pinturas con su Ipad. Siempre modernas. 

Pero, ay, amigos, tanto arte nos despistó del objetivo real, y nos perdimos el txupinazo. Aunque aquello no debió tener desperdicio, a juzgar por la gente llena de calimotxo y harina con la que nos cruzábamos, los barcos llenos de borratxillos cantando Chayanne, y los surferos de agua dulce con perro cruzando el río. 

La siguiente atracción son las ferias, donde descubrimos los placeres del vino dulce con barquillos, grave error txarro no haberlo catado antes, y unas bonitas atracciones entre las que se puede pasear sin temor a que un cani te atropelle con un cotxe txocón.

Sesión de ponernos monos otra vez, y ahora sí, es la notxe grande. Si el viernes la gente está en la calle, el sábado el mundo entero está en la calle. La reflexión sobre dónde duerme tanta gente nos lleva a hablar de inquietantes leyendas turbias que no vamos a reproducir, pero el debate aún está abierto. Y todos han comprado su vaso a euro (que tendrás que cuidar como si fuera un hijo durante la notxe, y la semana) para rellenar en cualquiera de las gigantes casetas que hay por toda la ciudad, con un himno que repiten una y otra vez entre los mejores temazos del reaggeton y otras joyas de la notxe discotequera. A los fuegos artificiales les acompaña el Carmina Burana, y cañita a cañita vamos llegando al mejor concierto de la historia de Revolver, que sólo le gustaba a una servidora pero lo disfrutó con alegría. 

Después la ruta sigue entre txosna y txosna, haciendo las paradas de rigor, buscando nuestros huecos en cada barra, haciendo colas interminables en baños en los que un hombre te da tu trocito de papel (qué majos son) y etxándonos unos bailables. A destacar, la sorprendente valentía de María la de Ricky, que cuando todos pensábamos que estaba metiéndole mano a un maromo, lo que de verdad estaba haciendo era recuperar con mutxo arrojo su móvil robado. Y es que esta txica podría ser vasca, no saben con quién dieron a parar. 

Entre resaca y prisas despertamos el domingo, con el capritxo de ver el mar. Las direcciones de nuestra disimulada amiga vasca nos llevan hasta un peaje donde una amable mujer nos habla de las maravillas de una playa de hierba, a la que nos dirigimos curiosas para encontrarnos en un muelle con su jardín, nada de concepto playa. Pero curiosa manera de veranear, sin duda. Nos paseamos, olemos mar, y acabamos dándonos un homenaje gastronómico de dos horas, porque sí, las verbeneras nos lo merecemos. 

Y así acaba nuestro fin de semana Aste Nagusia, en el que, una vez más, le damos a la patxanga y la alegría, y aunque etxamos de menos a nuestra Macarena lo pasamos, como siempre, pirata.

Ye, ye, ye!

1 comentarios:

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No olvides que...


Todo esto es tan teenager..


Siempre con el corazón contento